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En el experimento titulado “Un giro contrario a las agujas del reloj”, Ellen J. Langer aisló un grupo de ancianos en una casa durante una semana, y vivieron como si estuvieran en 1959: no podían hablar de ningun evento sucedido después de esa fecha, ni tener fotos posteriores a finales de los cincuenta. Ese retroceso temporal en el entorno conllevó cambios físicos y psicológicos en los hombres, cosa que demostró que las variaciones de factores externos influyen también en la percepción que cada uno tiene de sus capacidades. Los ancianos experimentaron mejoras en la audición, la memoria, la agilidad, el apetito y su bienestar general: fueron capaces de no rendirse a lo que la sociedad espera de ellos, sino a confiar en la posibilidad. A partir de este experimento, Langer estudia casos cotidianos para ejemplificar el modo en que el entorno influye en el desarrollo de nuestras capacidades.
Hay que tener en cuenta que las circunstancias situacionales puede influir de forma considerable cuando intentamos evaluar aspectos relacionados con la personalidad y la inteligencia.
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